A pesar de que llevamos mucho tiempo preparándonos para las posibles hostilidades, ninguno de nosotros pensó que llegaríamos a tal extremo, Jarno Habicht, representante de la OMS en Ucrania.
El trabajador de la agencia sanitaria de las Naciones Unidas, Jarno Habicht, narra su experiencia en los últimos años en Ucrania, desde que llegó al país como representante de la agencia en 2018 hasta ahora, en plena guerra en el país.
Jarno Habicht ha trabajado con la Organización Mundial de la Salud (OMS) durante los últimos 19 años y es su representante en Ucrania desde 2018. Habicht nos explica cómo la agencia de la ONU se preparó para el conflicto armado en el país, y cómo ha respondido a los problemas sanitarios desde que se inició la invasión rusa en el país.
"Desde 2014 [cuando Rusia se anexionó Crimea, y comenzó el conflicto en el este del país], 3,4 millones de personas en la región de Donbás, en el sureste de Ucrania, han necesitado asistencia humanitaria relacionada con la salud.
Además, cuando empecé a trabajar, el brote de sarampión en el país era el segundo mayor del mundo, antes de que nuestro equipo llegara y contribuyera a su contención. Por supuesto, hemos tenido que lidiar también con el COVID-19 desde 2020, por lo que he trabajado estrechamente con el gobierno para desarrollar un Plan nacional de preparación y respuesta estratégica al COVID-19, y he participado activamente en nuestra respuesta a la pandemia en todo el país.
Asimismo, a finales del año pasado, se detectó un brote de poliomielitis, por lo que empezamos a trabajar, junto con el Ministerio de Sanidad y los socios, para que todos los niños de entre 6 meses y 6 años fueran vacunados.
Desde 2016, Ucrania ha estado en un proceso de reforma y, aun con todas estas emergencias de salud en marcha, las reformas gubernamentales del sistema sanitario para avanzar hacia la cobertura sanitaria universal no se detuvieron. Se han creado nuevas instituciones y se han aplicado nuevas prácticas.
En definitiva, como profesional de la salud pública, ha sido muy difícil, pero muy gratificante, trabajar en Ucrania todos estos años.
A finales de febrero, cuando comenzó la ofensiva militar, era período de vacaciones escolares, por lo que la gente estaba quizá más relajada de lo habitual, lo que hizo que el ataque pillara más por sorpresa.
Acabábamos de firmar un acuerdo con las autoridades sanitarias nacionales en enero para promover la agenda sanitaria, así que estábamos muy ilusionados con todos los cambios positivos que íbamos a poder hacer.
También teníamos previsto celebrar, a finales de marzo, una conferencia nacional sobre reformas hospitalarias que contaba con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial. Por otro lado, estábamos con los preparativos para celebrar el Día Mundial de la Salud el 7 de abril con el objetivo final de lograr avances en la atención primaria. Todas estas iniciativas se tuvieron que suspender.
Las últimas semanas han supuesto mucho aprendizaje, reflexión y asimilación de la situación, porque, a pesar de que llevamos mucho tiempo preparándonos para las posibles hostilidades —y más intensamente en los últimos cuatro o cinco meses—, ninguno de nosotros pensó que llegaríamos a este extremo.