Gardel volvía

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Gardel volvía Dibujo de Hermenegildo Sabat.

Hace mucho tiempo que ocurrió, y fue buscando en los recodos y dobleces de tiempos ajados y vividos, algún suceso que hubiera tenido como protagonista la presencia o la voz de Carlos Gardel.  

Apareció entonces este momento, a fuerza de pensar, evidencia un profundo cambio en la forma de adueñarse de la figura mítica del tango, acercarlo en el tiempo, hacerlo más rutinario, pegarlo al celular y a la pantalla táctil múltiple, por decirlo de alguna manera.

Gardel está presente desde siempre en el inconsciente popular y artístico, no solo como un gran cantante que lo fue en su máxima expresión, sino también como un gran trabajador de su arte, e impulsor del tango y de su presencia en escenarios lejanos, alcanzando -como es de conocimiento-, a destacarse y tener un lugar especial en un mundo que distaba mucho de la globalización en que vivimos.

Esta historia tiene como marco de época, la década del 80 del siglo XX. Apenas habíamos abandonado la dictadura. El arte ganaba las calles y las cabezas de la gente, la libertad se desperezaba y nos hacía responsables ante nosotros mismos.

Y veíamos con asombro que el mundo había seguido girando; la música, el cine, el teatro. Por ese entonces –creo que puede ser en el año 1985-86 o 87-, hubo un festival de teatro que trajo elencos de distintas partes del mundo a presentarse en Montevideo. Y esta historia tiene a uno de los espectáculos llegados del exterior como protagonista.

El festival se sucedía en muchas salas. Era imposible poder ver todos los grupos que se presentaban. Es por eso que ese día, elegí ver a un elenco que venía de Europa. No retengo su nombre, pero extraordinariamente se presentaban en un espacio poco usual como el de la sede del Automóvil Club, en la calle Libertador.

Recuerdo que había pocos espectadores esperando poder ver la función. Era media tarde, tal vez fuera un sábado o domingo. De la obra que fui a ver no registro nada. Solo me acuerdo que este elenco europeo – insisto – apagó las luces de la sala. La oscuridad fue total junto con el silencio e inmediatamente, con una muy buena calidad y volumen, empezaron a escucharse los primeros compases de “Volver”, en la versión inmortal de Gardel. ¡Quedé estupefacto! Nada me había podido advertir que Gardel venía en la valija de estos actores europeos. Y nada me hubiera podido advertir la conmoción y la emoción de escuchar, una vez más – pero como nunca antes había tenido verdadera ocasión-, la forma de adivinar el parpadeo de las luces que marcan el retorno. Era un volver a lo más primigenio, profundo e intransferible. Entender que para los europeos Gardel era el símbolo de lo uruguayo, de la identidad que todos protegemos y que nos contiene y dibuja más allá de otras consideraciones. Gardel traído por los europeos nos volvía a hablar de lo que somos y seremos un poco más o un poco menos igual que siempre.

Esa comprobación opacó en el recuerdo lo que era la esencia del espectáculo. Tengo presente que me preguntaba: cómo era que de esa manera tan adecuada, Gardel había venido de gira por Montevideo, luego de una larga noche –la peor y más larga de todas- para anunciarnos lo que significa “volver”, con todas las nieves del tiempo que cada uno carga encima.

Después de esa ocasión, Gardel cambió para mí. Sigue cantando en tiempo presente. Entendí que mucho tiempo después que él muriera, su voz para un montevideano más o menos común, le sigue cantando inexorable, que después de mil peripecias colectivas y particulares, continua atravesando los valles y montañas del tiempo, cerca, al oído.

Daniel Rovira Alhers