En un lapso de tiempo de aproximadamente 32 años, entre 1988 y 2020, se deforestaron 457.474 km2 en la Amazonia Brasileña, un área mucho mayor que la de Italia y casi igual a la de España. Y el ritmo del desmonte, que había disminuido, ha vuelto a aumentar durante los últimos cuatro años, principalmente en 2022.
Un dato auspicioso en este escenario muestra que 120.000 km² de área deforestada, destinados fundamentalmente a la formación de pasturas y posteriormente abandonados, volvieron a regenerarse pasivamente mediante la acción de procesos naturales.
Al tiempo que el desmonte y la degradación de las áreas remanentes deben interrumpirse de manera perentoria, la selva ofrece ventanas de resiliencia que pueden utilizarse con inteligencia para impulsar la regeneración. Y un artículo publicado en el periódico científico Science of The Total Environment aportó información sustancial en tal sentido.
“Actualmente existen muchas áreas en regeneración pasiva en la Amazonia. Y en la región que estudiamos, situada en el municipio de Paragominas, en el estado de Pará, la selva ubicada a orillas de los arroyos recuperó atributos estructurales [densidad de ejemplares y de dosel arbóreo] a partir de los 12 años, mientras que la recuperación del área basal se concretó en 18 años”, le dice a Agência FAPESP el investigador Felipe Rossetti de Paula, quien realiza un posdoctorado de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz de la Universidad de São Paulo (Esalq-USP), en Brasil, y es el primer autor del estudio.
Rossetti de Paula remarca que gran parte de esas áreas en regeneración se ubican a orillas de cuerpos de agua, comúnmente conocidas como zonas ribereñas o zonas ripícolas. “La importancia de que existan bosques en las zonas ripícolas obedece al hecho de que los ecosistemas de los arroyos o riachos son estrechos, por eso se encuentran casi totalmente cubiertos por el dosel arbóreo. De este modo, los recursos alimentarios que sostienen la base de la cadena alimentaria en esos cursos de agua provienen de las hojas, los frutos y los insectos que caen al medio líquido y son descompuestos y utilizados por microorganismos, y más tarde consumidos por invertebrados acuáticos, que posteriormente les servirán de alimento a los peces”, afirma.
José Tadeu Arantes | FAPESP