De fondo algunos hacían sonar la marcha peronista, otros cantaban que se vayan todos, o el himno, o puteaban. Cuando en la calle se supo el resultado de la votación (los Diputados ratificaron el veto a la ley de movilidad), la tensa calma que se había sentido desde temprano se quebró. El "!hijos de puta!, ¡hijos de puta!" fue unánime y la bronca se descargó contra las vallas que cortaban la circulación de Avenida Rivadavia. Jubilados y militantes hicieron sonar cacerolas, llaveros y lo que sea que se tuviera a mano contra la chapa. El vallado cedió. De golpe, el aire del Congreso se llenó de gases y se volvió irrespirable, como en tantas otras marchas –prácticamente en todas– este año. La policía avanzó desde Callao. Disparó balas de goma y en menos de cinco minutos desalojó a los manifestantes, que replegaron como pudieron hacia Corrientes. La cacería, igualmente, siguió durante horas.
El Gobierno argentino festejó por partida doble: dentro del recinto ratificó el ajuste sobre las jubilaciones (no sin ayuda de la casta) y afuera desplegó otra vez el circo del protocolo del “orden”, tal como lo había advertido en la previa la Casa Rosada.
El saldo de la represión fue de más de 50 personas heridas –entre ellas varios jubilados, trabajadores de prensa y hasta una niña de 11 años y otro de 9– por los químicos de los gases y las postas de goma, de acuerdo al relevamiento que realizó la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).
El reporte de la Federal informó sobre dos detenidos, bajo el típico cargo antiprotesta de “resistencia a la autoridad”.
Página 12