Sólo en las dos primeras semanas de enero regresaron casi 15.000 personas. En Haití, casi la mitad de la población necesita ayuda humanitaria para sobrevivir en un país en crisis.
Los migrantes deportados de la República Dominicana a Haití, dos naciones caribeñas que comparten la isla de La Española, han hablado con la ONU sobre los retos de regresar a un país en crisis que apenas conocen.
Embarazada y agotada, con una pequeña bolsa en la mano que contenía todas sus pertenencias, Mireille* estaba de pie bajo el implacable sol haitiano, sin saber qué hacer a continuación.
Acababan de deportarla de la República Dominicana, país al que llamaba hogar desde que tenía ocho años.
“Me deportaron a un país en el que nunca viví”, dijo, llena de una mezcla de rabia y desesperación.
La República Dominicana había sido su hogar durante casi tres décadas. Allí construyó su vida, forjó relaciones y creó recuerdos. Pero, de la noche a la mañana, se convirtió en una forastera, despojada de su dignidad y obligada a regresar a un país que no conocía.
El calvario de Mireille comenzó de madrugada, cinco días antes de cruzar la frontera con Haití, cuando la llevaron a un centro de detención abarrotado e incómodo, donde permaneció varios días antes de ser trasladada a la frontera.
“Llegué a Haití con miedo y sin saber qué hacer”, cuenta Mireille. “Apenas conozco este país y me cuesta saber por dónde empezar. Es desorientador y difícil”.
A lo largo de los años ha sido testigo de cómo Haití, la tierra que la vio nacer, se veía invadida por la violencia de las bandas y por crisis humanitarias, políticas y económicas.